Entrada realizada por Clara Sánchez de Salas.
Érase una vez una anciana actriz de teatro que tenía tres hijas. Cuando murió, solo podía dejarles como herencia su antiguo teatro, todas sus vestimentas, pelucas y maquillaje y a su gata.
Érase una vez una anciana actriz de teatro que tenía tres hijas. Cuando murió, solo podía dejarles como herencia su antiguo teatro, todas sus vestimentas, pelucas y maquillaje y a su gata.

De este modo la hija mayor se quedó el teatro, la mediana sus disfraces
y la más pequeña a la gata. No estaba conforme con lo que le había tocado ya
que era la parte de menor valor económico, pero la gata que era más astuta de
lo que parecía le dijo a su ama: “no te preocupes, si me das unas deportivas
con las que poder caminar te alegrarás de haberme heredado”.
La gata que ahora tenía unas deportivas nuevas, decidió apuntarse
a una carrera cuyo premio era un teléfono móvil de última generación. Como
había pasado mucho tiempo corriendo detrás de los ratones que había en el
antiguo teatro, no fue ninguna sorpresa que ganase aquella carrera.
Una vez consiguió el premio, se fue a ver a la Reina y le explicó
que el teléfono que le llevaba era un regalo de parte de la Marquesa Boca de
Fresa. La Reina, que nunca había oído hablar de dicha marquesa, se sorprendió y
se sintió muy agradecida.
Un día la gata y su dueña pararon cerca del río para darse un
baño. De pronto, la gata vio que se acercaba la Reina en su descapotable rojo,
así que decidió esconder la ropa de su dueña y comenzó a gritar: “¡Socorro!
¡Auxilio! ¡La Marquesa Boca de Fresa se está ahogando!”. La Reina, que
recordaba aquel maravilloso regalo que la gata le llevó procedente de la
Marquesa, decidió pararse para ayudar. La gata le explicó que unos ladrones habían
robado la ropa de la Marquesa, por lo que la Reina velozmente le consiguió un
nuevo vestido.
Mientras la Marquesa se vestía con la ropa de la Reina, la gata
colocó unos enormes carteles en las tierras abandonadas cercanas al río en los
que decía: “Este terreno es propiedad de la Marquesa Boca de Fresa”.
Cuando la Marquesa se puso su nueva ropa, la Reina le invitó a que
ella y su gata subieran al coche para así poder dar un paseo por el reino.
Dentro del coche esperaba el gato de la Reina, que para sorpresa de la gata
¡llevaba botas!. Ambos se miraron y se enamoraron en el acto.
Mientras paseaban en el descapotable rojo brillante de la Reina,
pasaron por al lado de las tierras abandonadas que la gata le había adjudicado
a la Marquesa y la Reina quedó muy impresionada.
Por fin llegaron al castillo y la Reina les invitó a todos a tomar
un té. Cuando se hizo de noche, la gata no quería abandonar el castillo ya que
dejaría de estar junto con su amado gato con botas, así que la Reina, que
quería a su gato por encima de todas las cosas, decidió invitarles a dormir.

Por la mañana los gatos despertaron acurrucados junto a la
chimenea. La Reina nunca había visto a su gato tan feliz, por lo que le dijo a
la Marquesa:
“Señorita Marquesa Boca de Fresa, les invito a que usted y su gata
se queden con nosotros para siempre. Yo no tengo hijos y mi gato es todo lo que
tengo. Últimamente estaba triste, pero desde que usted y su gata están aquí es
un gato nuevo. Le ruego que se queden, aquí no les faltará de nada”.
La Marquesa no pudo evitar sentirse mal por el engaño, ya que la
Reina se había portado muy bien con ella y su gata, por lo que decidió contarle
la verdad. La Reina, tras reírse durante un largo rato, le contestó:
“Desde el principio supe quién eras. Tu madre solía actuar en las
grandes fiestas del castillo. Fue la mejor actriz que hemos tenido y cuando se
jubiló le prometí que cuidaría de su hija pequeña y, por supuesto, de su gata
con deportivas.”
La joven, feliz, le dio un fuerte abrazo a la Reina y corrió a
darle la buena noticia a su gata. “Llevabas razón, gata. Si no hubiera sido por
ti todavía seguiríamos sin tener qué comer. Eres la mejor herencia que podría
haber tenido”.
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